domingo, 16 de octubre de 2016

HABLAR POR NO CALLAR. 2ª PARTE

Seguimos con el resumen ¿desapasionado? de la reunión del viernes tarde, aquella en la que se nos iluminó con los capítulos sin epílogo de una obra cumbre: Podemos o el silogismo del ser o no ser.

En fin, vayamos al grano.

Otro de los temas recurrentes a muchos proyectos que se presentan a esta carrera por el oro es el tema de la acumulación de cargos en nuestras filas. Que dicen que eso es política viejuna y que hay que cambiarlo de forma radical. Para eso han acuñado el mantra "una persona un cargo", y se repite hasta la saciedad.

Estudiemos el problema que se plantea. En primer lugar decir que no estoy en desacuerdo por principio con dicho mantra, solo considero que no debe ser taxativo. Generalmente cuando nos ponemos rigurosos y extremos en definiciones que dependen de avatares que no podemos controlar en toda su dimensión, solemos cagarla. Luego es mucho más difícil rectificar de un axioma imperativo que si dejamos abiertas posibilidades a los vaivenes de la vida... y del amor también.

Para decirlo claro, no seamos más papistas que el papa, que luego las hostias no hay quien las reparta.

Mejor es establecer espacios y actitudes dialécticas y con capacidad de adaptación a las distintas situaciones que se puedan producir en nuestra organización, que como toda organización humana debe ser y es mudable.

Pero este mantra, ya digo, con todo lo anquilosado que me parece, no me preocupa tanto como el concepto tan dañino que se esconde como parte de su defensa.

Muchas de las personas que he escuchado defender este axioma (no todas, es cierto), parten de la concepción de que quien asume un "cargo", como llaman ellos, torciendo la boca, siempre quiere algo, siempre esconde algo, siempre es para medrar personalmente y hay que vigilarle de cerca y sin desmayo.

No lo dicen a las claras, evidentemente, pero está presente en sus argumentarios y en sus tonos, altamente despreciativos hacia las personas que se postulan y asumen las responsabilidades que entraña desempeñar un "cargo".

Nunca hablan de responsabilidades, nunca hablan de tiempos de dedicación a las mismas, nunca contemplan los espacios personales y familiares que tienen que sacrificar en favor de otra mucha gente las personas que asumen esas responsabilidades. Salvo en sentido negativo, salvo en sentido peyorativo, salvo para la crítica feroz y descarnada a colmillo sangrante.

Son aquellos que defienden con enorme excitación y donosura que todos valemos para todo, que nadie es más que nadie, que no deben existir "jefes", que la "base" es la que manda, y miran de reojo al que está sentado en la mesa asumiendo el jodido papel de que no se desmadre la reunión. Y luego, para más inri, se esconden bajo la silla cuando hay que dar un paso al frente para hacerse cargo de abrir el local, de ir a recoger unas octavillas, de ir a hablar con unos vecinos... o de cualquier otra cosa más allá de zascandilear y sacar la lengua a pasear.

Creo que en el fondo, y no tan en el fondo, les mueve el deporte nacional de la envidia, de la caza despiadada de la persona que destaca, de la persona que se postula en servicio a los demás, de quien dedica horas y horas a luchar por una causa que, inocentemente, creemos común, la causa de todos y todas.

Sin duda ostentan con orgullo una mente pequeñita, rastrera y de bajos vuelos. Esto no es nuevo, de hecho es más viejo que la lluvia en otoño, pero da grima reconocerlo y sufrirlo en nuestras filas. Sobre todo constatarlo en sus bocas cuando se llenan de llamados contra la "casta" y contra las "políticas viejas", angelitos ellos.

Y de estas casuísticas, entre otras, estuvimos hablando aquella tarde de otoño en la que las hojas no querían caer al ritmo de un rap. Revoltosillas ellas.

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