La Tonadillera y la Presidenta (Cuento inmaduro)

Erase una pobre niña descarriada, morena de verde luna, voz de ángel calladito, ojos azabaches como mi perro, que por la pradera recuperada a emetreintas de cruel recuerdo, cantaba bajo las estrellas. "Francisco alegre y olé, Francisco alegre y olá..." Y reía y lloraba... y volvía a cantar, una y otra vez, una y otra vez jaleada por los alborotados aplausos de la concurrencia."¡Asín se hase, mi niña Isabel! ¡Eso es arte! ¡Olé mi reina! ¡No te rindas, Dios está contigo! Y toda la pradera aclamaba, sí señor!, esa, la rescatada de las fauces del asfalto gracias a mi príncipe gitano, mi Alberto, mi Ruiz, mi Gallardón... El.
Y mientras esto ocurría en los albores de la incipiente atardecida, por allá andaba, entre casetas y gentío, nuestra alma chulapa y sentenciosa, vestida según los cánones aconsejan (PP dixit), azul y naranja, traje largo, entallado, con abanico, mantón y clavel reventón, la Presidenta, La Espe, casi naá, dando besos, cantando en coros casi improvisados los chotis más conocidos, rodeada, jaleada y estrujada. La Casta y la Susana juntas en un mismo ser como dual divinidad del Madrid que no es. "Madrid, Madrid, Madrid, pedazo de la España en que nací"...
Y así se fue la tarde, callandito, callandito, dando entrada a una noche con nombres femeninos, unidas que no revueltas en esa pradera, la mejor, la única, ¡sí señores!, la que recuperó nuestro príncipe en ardua batalla contra tirios y troyanos (los trescientos fue un cuento de navidad en comparación), para que un día como ayer, día del Patrón de la urbe, dos mujeres, dos grandes, consumaran el acervo ppoppular: ¡Asín se hase, asín! ¡Que vivan las caenas!