No es mi intención ser pesado pero, a cada día que pasa, me reafirmo en la idea de que o somos capaces de transgredir nuestras propias fronteras mentales, políticas y relacionales o nos comemos un colín... y con nosotros el pueblo llano, al que pertenecemos, al que nos dirigimos y al que, inexorablemente, volveremos y nos volveremos a fallar estrepitosamente.
Son ya muchos años de ver, una y otra vez, como los verbos encendidos de la izquierda, gritando grandes verdades, eran y son fagocitados por el establishment sin ningún pudor o congoja.
Son ya muchos años de ver como nuestros más aguerridos próceres de puño en alto se quedaban, una y otra vez, en la esquina de la plaza, arrinconaditos pero felices con su cantinela autocomplaciente, sus banderas rojas, rojas, al viento, mientras la vida corriente y moliente pasaba mirándoles (mirándonos) de reojo.
También son muchos años de ver a los muchachotes de la rosa y el puño jugando al despiste, como magníficos trileros de la palabra y de la idea, abanicando conceptos socialdemócratas mientras ganaban al monopoly de la vida, haciéndose los gestores imprescindibles de las ganancias no visibles.
Sinceramente, ya me cansé hace tiempo de tanta parafernalia para no llegar a ningún lado.
Y me retiré a mis cuarteles de invierno a lamer heridas invisibles, dejar pasar la vida de la mejor forma posible, dedicarme a mis pequeñas cosas cotidianas, a cultivar el huerto de mis amores (mi esposa, mis hijos, algunos amigos) y poco más.
Y en esto llegó el 15M, que me pilló a traspiés, he de reconocerlo. Lo seguí a través de mi hija pequeña, campista desde el primer día en Sol. Lo seguí por los medios de comunicación y alguna visita turística a los concentrados. Me pareció glorioso, espectacular, energizante... pero demasiado avanzado para mis esquemas político/mentales.
Todavía no estaba preparado para entender la profunda ruptura que estaba significando con lo establecido. Tardé algún tiempo en asimilar todo aquello, ese bullicio en las calles y plazas, esa explosión de política por las esquinas, tantísima gente joven que pensábamos, yo pensaba, equivocadamente, que era pasota de la realidad.
Poco a poco se fue asentando el polvo levantado en las plazas y calles, empezaron a surgir voceros, desde todos los puntos cardinales, demandando, en bastantes ocasiones con mucha mala follá y socarronería, que la representación de la ciudadanía era otra cosa, que si tenían agallas se presentaran a las elecciones, que si tal y pascual.... todo con un rictus de cierto pavor en sus rostros, no fuera a ser que efectivamente esos jóvenes airados les hicieran caso y montaran la marimorena en el tablero institucional.
Y en eso llegó Podemos. Y se jodió la cantinela. Elecciones Europeas. Discurso rupturista. Arriba y Abajo. Propuestas para las mayorías. Sin pedrigrí político previo. Sin carné en la boca. Sin símbolos ajados. Y ahí sí me apunté al lío. Porque todo era nuevo y a la vez lógico. Porque todo parecía factible y la ruptura con la inercia posible.
Ahora es el momento de volver a repensarnos, desde la experiencia, desde lo conquistado, que no es poco. Volver a ser sin dejar de ser. Y ser más, muchos más. Todos y todas que faltan. Toda esa buena gente que todavía nos contempla como si portáramos las banderas ajadas en la esquina de la plaza, orgullosos pero solitarios. Ya no es así, ya no puede seguir siendo así y hay que convencerles y convencernos del cambio radical que supone dejar la bandera ajada y recuperar la sonrisa, en el camino de la felicidad reivindicada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario