jueves, 14 de junio de 2007

Treinta años no es nada

Parece ayer pero han pasado ya treinta años desde que voté por primera vez, que votamos la mayoría de españoles. Treinta años, que se dice pronto. Tenía veintidós años, militaba en el PC y ya estaba casado. Estábamos cambiando España. Las primeras elecciones democráticas en más de cuarenta años. Las últimas fueron en el treintaiseis. Recuerdo que fui interventor en mi barrio, San Ignacio de Loyola, en Cuatrovientos, y que la presidenta de mi mesa era una vecina de toda la vida, analfabeta la mujer, que me miraba con unos ojos de espanto porque llevaba colgada la credencial del Partido Comunista, ¡un rojo!, debía pensar la pobre mujer. Durante toda la jornada electoral me estuvo huyendo, y eso que no fue corta, hasta las siete de la mañana duró el recuento de los votos para el Senado, se nos caían los ojos de cansancio pero no desmayabamos ninguno, recontamos los votos al menos diez veces porque no salían las cuentas respecto a los votos para el Congreso, hasta que nos dimos cuenta que algunos electores habían votado para el Congreso y no para el Senado, pardillos que éramos oigan. Posteriormente, en las siguientes elecciones ya sabíamos el método para cuadrar el Senado y no tirarnos media vida contanto y recontando, porque por más que se quiera no hay cristiano que cuadre esos votos a la primera.
Desde luego tengo el orgullo de haber participado directamente en la primera fiesta democrática de este país renovado, muy directamente, hasta las cachas y fue muy bonito, más que bonito grandioso, aunque ganara la derecha moderada de la UCD y el PCE se quedara con veinte diputados solamente. Nos jodió, no hay que negarlo, pero también estábamos contentos por la gran participación democrática de las gentes y porque la derecha más derechona de AP quedó para el arrastre. El que no se consuela es porque no quiere.
Por suerte ahora las elecciones, del tipo que sean, ya están normalizadas, entronizadas en nuestra vida de forma natural y lo que se ha perdido de ilusión desbordante, de alegría, de entusiasmo con aquellas primeras, se ha ganado en normalidad, que es más aburrido pero más sano, democráticamente hablando.
Y ahora se cumplen treinta años y parece que fue ayer cuando recorríamos las calles con las primeras caravanas de coches con las banderas rojas y la hoz y el martillo, diseño modernizado para la ocasión. Y hacíamos mítines en cualquier esquina y repartíamos folletos a las seis de la mañana en las paradas de autobuses y metros, y pegábamos los carteles por la noche cubo de engrudo para papel pintado y cepillos de barrer en ristre, todo un espectáculo cuando nos juntábamos grupos de distintos partidos en la misma calle, si éramos de izquierdas bien, pero si algunos eran de grupos de derecha, sobre todo Falange o Fuerzo Nueva, ¡cuidado! podía haber ostias por lo menos, en alguna ocasión los mamones nos sacaron hasta pistolas, aunque no corrió la sangre en ninguna circustancia.
En fin lo pasabámos bien, éramos jóvenes y estábamos cambiando España. Hasta hoy.

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